Mi padre me estaba esperando afuera, pase corriendo por su oficina, escuche su voz, estaba hablando por teléfono, normalmente siempre me despido de todo el mundo “hasta luego”, “hola y adiós” o “nos vemos luego”, pero a veces el salir antes de la escuela, no pensar las cosas o pensarlas mucho y a futuro, nos hace decir “bueeeno, lo veré el lunes, no importa si no me despido hoy”, me pasé de largo.
Mi no-abuelo paterno, tenía un rancho, algunos fines de semana él y su esposa pasaban el fin de semana ahí.
Daniel maneja un coche antiguo, va a toda velocidad es de noche y la carretera esta en medio de un bosque, su mirada fija al frente, su brazo izquierdo desde la punta de sus dedos hasta el hombro tiene la marca de Oregg brillando con un color azul extraño, él se ve en el espejo retrovisor, y un rostro que no es el suyo le sonríe con una mirada profunda misteriosa y macabra; —¡cuidado! —grita una voz a su lado, él voltea y ve a Ruth, en una fracción de segundo regresa su mirada al frente y oscuridad absoluta, trata de evadir el vacío. (Tirado,2007)
Es increíble como algunas decisiones simples en momentos rápidos, nos marcan la vida para siempre, cómo iba yo a saber, que mi no-abuelo paterno, tendría un accidente camino a su rancho, chocó y él murió ahí, mientras a su esposa no le pasó nada… o bueno casi nada.
Estaba dormida cuando mi padre recibió la noticia, era domingo en la mañana; se sentó en la orilla de mi cama, y con un hilo de voz me dijo “tu no-abuelo, esta muerto”, no puedo explicar que se siente despertar con una noticia así, en ese momento mi mundo se rompió, me metí completamente en las cobijas, metí la cabeza entre las almohadas y lloré, trate de recordar cuando había sido la ultima vez que lo vi y boom!, solo tenía el audio “bueeeno, lo veré el lunes”…
A veces perdemos más, cuando postergamos las cosas, cuando nos confiamos en que habrá un lunes (o un martes) próximo y las dejamos para luego; recuerdo que no me dejaron ir al funeral porque era muy niña, no entendía porqué, él también era un niño, él entendía mi locura, me dejaba jugar en su reino, no le importaba lo rara que podía ser; confiaba en él sin importar su apariencia de anciano… fuera de la fortaleza estaban los monstruos y la gente mala, pero en su reino todo era tranquilidad, equilibrio y felicidad.
Si no me despedí de él aquel viernes en la tarde, había perdido mi única oportunidad de hacerlo, hasta el momento no he ido a su tumba, y aunque este sea un recuerdo que rompa cada vez que lo evoco, o que inconscientemente lo uso para “marcar” a todos mis personajes, no iré… espero un milagro